
Por suerte en el Edificio de Viviendas AGP, el promotor no se conformaba con el típico edificio. Le interesa la calidad arquitectónica y dejó a los arquitectos espacio para explorar otras formas de hacer vivienda dentro de lo que marca la normativa. Planteó el reto de conseguir un edificio residencial mejor que los de su entorno, pero sin aumentar necesariamente el presupuesto de obra.
Así el estudio de arquitectura diseñó este edificio con 33 apartamentos en su interior, funcionales y cómodos, donde cada metro cuadrado cuenta y está bien aprovechado, respondiendo a la lo que demanda el mercado: viviendas de uno o dos dormitorios a precios razonables en Carabanchel, una zona de gran interés de Madrid, donde mucha gente joven se está viniendo a vivir, atraídos por la pujanza de un barrio en plena transformación con muchas empresas creativas se estándose aquí. Las seis plantas sobre rasante se completan con tres sótanos con aparcamientos, trasteros y zonas comunes.
Resuelto el programa, los arquitectos decidieron apostar por conseguir un edificio más eficiente energéticamente, trabajando de forma especial su piel para dotarla de varios sistemas pasivos que, sin consumo extra de energía o necesidad de instalación de sistemas técnicos caros y complejos, mejorase especialmente la eficiencia energética de este bloque de viviendas, llevándolo más allá de los estándares habituales que encontramos en los edificios vecinos.
Las fachadas se construyen con un Sistema de Aislamiento Térmico Exterior (SATE), acabado en mortero mono-capa blanco, que ayuda a mejorar la protección contra los cambios de temperatura con una inversión comedida. Las ventanas y balcones se dotan de unos parasoles estudiados para reducir la incidencia solar sobre los vidrios, evitando así que se sobrecalienten los interiores. En las plantas bajas la fachada se construye con una celosía de piezas cerámicas color azul, como los zócalos de las casas de pueblo antiguas, que fomenta la ventilación cruzada entre el patio y la calle, haciendo más habitables los espacios comunes donde jugarán los niños que vivan en esta comunidad. En la última planta encontramos áticos con agradables terrazas protegidas por pérgolas que arrojan sombra para evitar la incidencia del fuerte sol madrileño en verano y hacer más apetecible el uso de los espacios exteriores.
Todo con una misma estética angulosa, en colores blanco, amarillo, añil,… que recuerdan esa arquitectura vernácula donde nuestros abuelos pintaban los edificios con esos colores para que el sol rebotase en las paredes y no hiciese tanto calor dentro.
La creatividad sirvió para romper los corsés de la normativa y el mercado.
Con una inversión muy moderada se dotó a este edificio de una serie de mecanismos pasivos para el control del consumo energético del edificio, sin necesidad de gastos extra o un especial mantenimiento durante la vida útil del bloque de viviendas.
Esta fachada pasiva hace que el edificio sea mejor que sus vecinos, y le da un aspecto diferente, original. No hay mejor antídoto contra las obligaciones de la estandarización que la imaginación.